Tiempos duros: Relato
Otro relato corto de Ciencia Ficción (o algo así) que tenía por ahí. Espero que os guste.
Este relato se licencia con una licencia Creative Commons
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Tiempos Duros
Pedro, escondido detrás de una destrozada furgoneta roja, contempló la desolada calle en la que se encontraba. Hacía varias horas que el toque de queda había puesto fin a la actividad de la ciudad y no se había encontrado a nadie en su camino hacia el rico barrio en el que ahora se hallaba. Una pesada niebla difuminaba hasta casi la invisibilidad la silueta del chalet que tenía ante él. Miró la avenida, por la cual se daba a la casa. A ambos lados de la calzada había pinos plantados a intervalos regulares. “Siempre hay arboles para los ricos cabrones” pensó, “aunque afuera la gente esté muriendo de frío por no tener madera que quemar”. La semana anterior, de hecho, uno de sus mejores amigos había perdido un hijo de ese modo. Bruscamente, oyó un sonido a su espalda. Se deslizó bajo la furgoneta justo a tiempo, ya que es ese momento un coche giró la esquina introduciéndose en la avenida. El coche, un modelo de la policía, llevaba sobre el techo varios focos móviles. Uno de ellos barrió el lugar donde unos segundos antes había estado Pedro, bañándolo todo de un dura luz blanca. El coche se paró justo a su lado. Pedro contuvo la respiración . Oyó el sonido de la ventanilla blindada al bajarse.
—¿Oyes algo? — Preguntó una voz desde el coche.
—Nada, aquí no hay nadie. — Respondió otra.
—¿Estás seguro?
—Sí, hombre, sí. No quiero que ninguna de esas ratas corte un árbol y quedarme sin trabajo.
En muchas ocasiones eso era lo que ocurría. La gente de los barrios exteriores, las “ratas”, como les llamaban, se jugaba el cuello con los policías por conseguir un misero árbol para calentarse en el frío mortal del Gran Invierno. Pero esta vez, pensó, se la iba a jugar bien. Esta vez, su objetivo no era un árbol, sino la casa del fondo de la avenida. Pedro interrumpió sus pensamientos. El coche había arrancado de nuevo, alejándose a baja velocidad. Habían pillado a muchos de sus compañeros así. La policía se acercaba lentamente en sus coches blindados, con aquellos motores modificados para reducir el sonido al máximo, y de repente los veías entrar en la calle en la que estabas, alumbrándote con sus focos y ya disparando con sus fusiles exteriores. Pedro sonrío pensando en lo que les ocurriría a los dos policías al día siguiente, cuando se enteraran de que había ocurrido un robo en su sector, en la casa de uno de los tipos más importantes de la ciudad. Pedro salió de debajo del coche. Escuchó atentamente. Parecía que la calle estaba ahora despejada. Lentamente se fue acercando a la casa del fondo. Pensaba en Juan, su cuñado. Naturalmente, un “rata” no solía tener la oportunidad de saquear la casa de un potentado como aquel. Juan había sido el que proporcionó toda la información. Lo recordaba perfectamente. Había sido un día de la semana anterior. Estaban todos comiendo en casa de su cuñado. Juan trabajaba para el hombre al que iba a saquear. Su situación económica era, desde luego, mejor que la de Pedro, pero no le guardaba rencor por ello. “Es un buen tipo”, pensaba, “ha tenido suerte con su trabajo, pero siempre estará de nuestra parte”. Había mirado a sus sobrinos, los hijos de Pedro, algo desnutridos por la dura temporada que estaban soportando, y había dicho:
—Tengo algo para ti.
—¿De qué se trata? —Había respondido Pedro.
—La casa donde trabajo. El dueño se marcha el próximo lunes y estará fuera varios días.
Entonces le había explicado la disposición de la casa y la forma de acceder a ella. Juan dejaría un puerta ligeramente abierta. Sólo debía colarse por allí. Después de eso Pedro y su familia podrían olvidarse de todos los problemas. Decididamente, Juan era un buen tipo.
Continuó caminando y pronto llegó a la puerta trasera. Esta, como ya sabía, estaba entreabierta y rápidamente se introdujo en la casa. La casa estaba rodeada por un extenso jardín que no se podría observar desde el exterior. Ocultándose entre la maleza se fue acercando hasta el edificio principal. Normalmente, según sabía por Juan, varios perros merodeaban por el jardín. Pero esta vez los perros estaban encerrados en sus jaulas, pues su cuñado se había encargado de ello. Dejó a un lado la entrada principal del edificio y caminó algo más hasta dar con una puerta lateral. Estaba abierta. Al abrirla entró en una sala no demasiado grande, unos 3 metros cuadrados, al fondo de la cual había otra puerta. Se aproximó a ésta. El silencio era pesado y parecía que no había un alma en toda la casa. El corazón le dio un vuelco cuando de dio cuenta de que la puerta del fondo no se abría. ¿Qué había ocurrido? Lo intentó de nuevo. Entonces lo oyó. Ladridos. Se fueron haciendo cada vez más fuertes. Corrió hacia la puerta por la que había entrado al edificio. No se abría. Golpeó con el hombro para derribarla pero no lo consiguió. Podía oír los ladridos cada vez más altos. Retrocedió hasta la puerta del fondo y con todas sus fuerzas, poniendo la vida en ello, se lanzó contra la de entrada. La puerta cedió y Pedro cayó aparatosamente sobre ella en el jardín. En ese momento una figura se acercaba hacia donde él estaba. Se preparó para saltar sobre ella, pero en el último momento observó que era Juan. “Dios, ¿qué ha ocurrido?”, fue a decir. Pero en ese momento Juan disparó sobre él. Pedro quedó tumbado boca abajo sobre la puerta. Varias personas se acercaron en ese momento.
—Decidle al señor —dijo Juan— que otra de esas ratas ha intentado entrar. Decidle también que no se preocupe. Este ya no lo intentará más.
Empujó con el pié el cuerpo en suelo. No se movía. Juan y su familia podían olvidarse de todos los problemas, el dueño de la casa sabía recompensar a sus buenos trabajadores. Juan era un buen tipo. Sabía como actuar en los tiempos duros.
Un saludo.
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